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miércoles, 3 de agosto de 2016

Tú.


Tú que llegaste sin ser buscado aquella tarde.
Que entraste sin llamar, sin avisar, y me cogiste despeinada y con la cara lavada.
Tú que hiciste sonar cada una de las alarmas de mi cuerpo y erizas cada trozo de mi piel con solo rozarme.
Tú que lames los bordes de mi alma con cada beso y te enredas en mi pelo cuando me abrazas. El que sopla mis miedos y me cose las alas para que conozca nuevos horizontes.
Tú que me haces bucear por el más azul de los mares y me traes el cielo a la tierra cuando coges mi mano.
Tú que acaricias mir curvas sin miedo a acelerar en ellas y estrellarte. Que humedeces hasta la tierra más árida y creas oasis en todos los desiertos.
Tú que sabes quien soy y no me dejas no serlo. El que llena de vida mi vida y riega mis sueños con agua de la misma fuente compartida.
Dueño y titan de mis emociones e inventor de cada uno de los escalofríos que me provocas.
Y aún sigues diciendo que exagero; tú, el que irremediable e inevitablemente me ha vuelto loca desde que se asomó a la puerta de mi vida sin llamar y abriéndola de par en par para no volverla a cerrar nunca.

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