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jueves, 23 de junio de 2016

Miradas.

Por muchas palabras que tus labios puedan poner en juego en el amplio universo de la semántica, hay miradas que tienen el poder de desmentir aquello que sentencias, aquello que mientes e incluso aquello que juras con tu dicción. Miradas con aires de grandeza y desdén que elevan al que las porta a la más absurda cúspide de ignorancia y egoísmo. Hay miradas que enamoran, miradas que te invitan a adentrarte y miradas que sin tapujos ni ataduras te abren paso a contemplar el espejo del alma más puro y sincero. 
Conozco miradas de pánico, ojos que lloran supervivencia y emanan coraje, miradas de deseo capaz de desnudarte sin tocar tu ropa. Miradas desconocidas que se cruzan e intimidan, ojos que ponen en duda al más convincente y miradas que matan sin tregua.
Pude presenciar también miradas de compasión y ternura, miradas de arrepentimiento que piden perdones a gritos y miradas inertes y gélidas que provocan el escalofrío más perverso. Ojos cargados de rencor, de envidia y de rabia que son capaces de enmudecer al más osado.
Hay miradas con complejo de azules océanos y verdes pinares, semejantes al negro tizón y miradas que reflejan el color de la tierra mojada. Miradas que guiñan a la vida y ojos que le lloran. Ojos abiertos al mundo y luceros que se esconden mirando desde la ventana la vida pasar.
Tantos ojos, tantas miradas y yo sigo perdiéndome en las pupilas que decoran tu rostro, esas medias lunas capaces de alumbrar mi sendero en la noche más cerrada. Par de llamas que, sosteniéndose finamente en dos velas y postradas en dos botellas de buen vino, encandilan y embriagan mi alma hablando en silencio el idioma universal de aquello que es imposible decir con palabras.

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